4.1. Y SE ENCENDIÓ LA CÓLERA DEL SEÑOR CONTRA ISRAEL
Y dijo el Señor a Moisés: Toma a los príncipes del pueblo y exponlos ante el Señor con el rostro hacia el sol, de modo que la ira del furor del Señor se retire de Israel. [Números 25, 3-4]
No sé si ahondando en estas cosas no ofenderemos a algunos; pero aunque los ofendamos, es preciso obedecer y servir más bien la palabra de Dios que el agrado de los hombres [Ver Hechos 5, 29]. Pecó Israel, y dijo el Señor a Moisés que tomara a todos los príncipes y que los expusiera ante el Señor, con el rostro hacia el sol [Números 25, 4] El pueblo peca y los príncipes se sitúan con el rostro hacia el sol, esto es, son conducidos a juicio para ser inculpados por la luz. Ya ves cuál es la condición de los príncipes del pueblo: no sólo son inculpados por sus propios delitos, sino que son constreñidos a dar razón de los pecados del pueblo [Ver Nota 77], por si era de ellos la culpa de que el pueblo hubiese delinquido, si acaso no le hubiesen enseñado suficientemente o no hubiesen avisado ni sido solícitos en reprochar a los que hubiesen dado inicio a la culpa, para que no se extendiese entre muchos por contagio [del mal ejemplo].
El hacer todas estas cosas, pues, incumbe a los jefes y doctores. Si ellos no hicieran estas cosas ni tuvieran solicitud a favor de la gente, y el pueblo pecara, ellos mismos serán expuestos y ellos mismos serán conducidos al juicio. Los acusa, pues Moisés, esto es, la Ley de Dios, como negligentes y ociosos, y contra ellos se dirigirá la ira de Dios y se abstendrá del pueblo [Números 25, 4].
Si los hombres reflexionaran sobre estas cosas, nunca desearían ni ambicionarían el mandato de su pueblo. Es suficiente, para mí, si soy inculpado por mis delitos; me basta con dar razón de mí mismo y de mis pecados. ¿Qué necesidad tengo yo de ser mostrado también por los pecados del pueblo y ser expuesto ante el sol, ante el que nada puede esconderse y nada oscurecerse?
NOTA 77: Homilía sobre el Levítico II, 3 (293, 15ss) Recuerda que la Ley constituyó sacerdotes a hombres con flaquezas [Hebreos 7,28], de modo que ofrecieran sacrificios por ellos y por los pecados del pueblo ver Hebreos 5, 1.
4.2. Pero quizás también en esto haya algún sentido arcano y recóndito, que enseñe algo más de lo que tal común exposición parezca tener. Quizás pueda referirse esto a aquellos príncipes del pueblo acerca de los cuales hemos hablado un poco más arriba. Además vendrán con nosotros al juicio los ángeles y estarán por nosotros ante el sol de justicia [Malaquías 4, 2], por si algo de lo que nosotros hemos delinquido se produjera por causa de ellos, o fuera que hubieran gastado por nosotros menos esfuerzo y fatiga de lo necesario para retraernos de la mancha de los pecados. A no ser, pues, que también hubiese en ellos algo de que ser culpados en nuestra causa, nunca diría palabra de la Escritura al ángel de aquel o de aquella Iglesia, que tienes, por ejemplo, por ejemplo, algunos que profesan la doctrina de Balaam [Apocalipsis 2, 14], o que has abandonado tu amor primero [Apocalipsis 2,4]. o tu paciencia o algunas cosas semejantes, que ya hemos recordado más arriba, por las cuales en el Apocalipsis se inculpa a los ángeles de cada Iglesia.
Si pues, por ejemplo el ángel que me ha correspondido, por encargo de Dios, espera un premio por las cosas que he hecho bien, no cabe duda de que esperará ser reprendido por aquellas cosas que no han sido bien hechas por mi. Y por eso se dice que son expuestos frente al sol [Números 25, 4], sin duda para que se muestre si los pecados por los cuales me haya consagrado a Beel-Fegor o a cualquier ídolo, según el tipo de pecado, han sido cometidos por mi desobediencia o por su negligencia [Ver Nota 83]. Y, si mi príncipe – quiero decir, el ángel que me ha sido destinado – no faltó, sino que me amonestó acerca de las cosas buenas y habló a mi corazón, al menos en aquello en lo que la conciencia me retraía del pecado, pero yo, desoyendo sus advertencias y despreciando el freno de la conciencia, me lancé precipitándome a los pecados, se me duplicará la pena, o por el menosprecio al consejero, o por el delito cometido.
NOTA 83: Según la Homilía sobre Números XI, 4, los ángeles comparecerán en el juicio para ver si los males de los hombres acontecieron por desidia de ellos o por falta de ayuda de los ángeles. Lo mismo se dice en otro lugar, y se añade que a los justos y elegidos los asiste el propio Dios, mientras que de los inferiores se ocupan los ángeles (Ver Homílía sobre Números 24, 3). Ver Génesis 46, 3–4; Salmo 100.101, 15.
4.3. Y no te extrañes si afirmamos que los ángeles van al juicio con los hombres, pues dice la Escritura: el mismo Señor vendrá al juicio con los ancianos del pueblo y con sus príncipes [Isaías 3, 24, ver 1ª Corintios 6, 3] Se expondrán, pues ,los príncipes, y, si hay en ellos alguna culpa, la ira de Dios se apartará del pueblo [Ver Números 25, 4]. La solicitud por nuestros actos debe ser, pues, vehemente, sabedores de que no sólo estaremos ante el tribunal de Dios [Ver Romanos 214, 10] por nuestros actos, sino también los ángeles serán conducidos al juicio como nuestros príncipes y guías .
Por eso, pues, dice la Escritura: Obedeced a vuestros superiores y someteos a ellos en todo, pues ellos vigilan, como que han de dar cuenta de vuestras almas [Hebreos 13, 17].
La homilía finaliza en la próxima y quinta entrega
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Cuántos tesoros tiene la Santa Iglesia, y las Sagradas Escrituras. «La amé desde mi juventud…»
Gracias por publicarlos.
Esta página lleva a considerar, a sopesar el alcance de nuestra responsabilidad frente al proceder de nuestra propia conciencia y al proceder del prójimo – la corrección fraterna, que enseña Jesús en Mat. 18, 15-18. así mismo, la responsabilidad de quien tiene personas a su cargo por mal ejmplo o por omisión de sus deberes: enseñar, corregir, animar… como así también, por desoir la corrección o el consejo, cuando somos objeto de ello. Algo así dijo en dos oportunidades Benedicto XVI: Todos nuestros actos, pasan por el juicio de Dios. Tiemblo y al mismo tiempo, espero confiado en su amistad…
Benedicto XVI: Todos nuestros actos, pasan por el juicio de Dios.
Leyendo los escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta (que quizás Benedicto XVI leyó) que en cada acto que hagamos debemos reconocer el Acto Eterno de Dios, su Fiat, que concurre siempre a nuestro obrar. Y que el dolor de Dios es que no le adoramos, no le amamos por aquel acto que hacemos gracias a Él, antes usamos esa fuerza de obrar para pecar, cuando deberíamos ofrecerle un acto de amor eterno haciendo siempre su Voluntad adorable. Bueno, eso estoy entendiendo, quizás no sean las palabras exactas.
Saludos cordiales Paulita y muchas gracias por esa frase del Papa Emérito que quisiera recordar siempre junto a su Misericordia infinita.