LAS TENTACIONES DE CRISTO EN EL COMBATE CRISTIANO R.P. MIGUEL ÁNGEL COMANDI Pbro.
Capítulo Octavo
EL MOMENTO OPORTUNO
Entonces el diablo lo deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y lo servían. (Mt 4,11)
Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno. (Lc 4,13)
Después de la última respuesta de Jesús, el Tentador guarda silencio, se retira, desiste de su intento. Ha sido puesto en evidencia y derrotado por la Palabra de Dios. San Mateo (y también San Marcos en su brevísima alusión) señalan la retirada del Demonio y el servicio de los ángeles, mientras que San Lucas se refiere a la partida del Tentador hasta un tiempo oportuno [kairos]. Porque el desierto ha sido también ámbito de convocatoria para el mundo angélico y, hasta podríamos decir, para la creación entera. Jesucristo, Dios y hombre verdadero, los ángeles buenos y malos y los animales del campo (Mc 1,13). Hay allí un misterioso punto focal, a partir de la Presencia del Hijo de Dios Encarnado. No ha sido una reunión habitual; salvo Jesús ningún hombre ha estado presente. Pero está el mundo angélico y el mundo irracional, está el bien de los ángeles que sirven a Cristo y el mal que define las acciones del Demonio. Y en Cristo, verdadero hombre, la humanidad que Él asumió para rescatarla del pecado.
Aquello se asemeja a un Paraíso deslucido e inerte, a un yermo desolado y sin límites, donde la vida parece extinguirse. Como si en un jardín frondoso hubiera pasado el viento ardiente de la desolación y la muerte. Y en el centro mismo de aquellos ámbitos, la figura de Jesucristo, el Salvador del mundo, que hará reverdecer el Jardín primigenio con una fuerza y una vitalidad inaudita y muy superior, incluso a la primera. Porque, tal vez, en ese desierto podemos ver, simbólicamente, lo que queda del Jardín donde se cometió el pecado. Al menos, del Jardín que era, en otro tiempo, el corazón del hombre, asolado ahora por la lejanía de Dios y las consecuencias de la Falta original.
El Demonio deja a Cristo, lo abandona, se aleja. Ha concluido el enfrentamiento. Siguen resonando las últimas palabras, que son las de Jesús citando las Escrituras, referidas al Dios Único y verdadero: “sólo a Él darás culto” (Mt 4,10). O en el orden de San Lucas, en el pináculo del Templo: “no tentarás al Señor tu Dios” (Lc 4,12). Sólo Dios. El Dios Único.
Las palabras de Cristo evocan y revierten aquellas otras, dichas siglos atrás, al inicio de los tiempos cuando el Tentador había triunfado, prometiendo falsamente a nuestros primeros Padres aquél “seréis como dioses” (Gn 3,5). Y nos recuerdan el comienzo de la gran oración de Israel: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor.” (Dt 6,4). Y que el Dios verdadero sea Único no es una mera especulación teológica o una doctrina abstracta. Significa que todo lo que existe proviene de Él y todo debe orientarse hacia Él. Significa que es el Principio y el Fin. Que la vida solamente se realiza, si se vive para Él, para alcanzarlo un día, para contemplarlo en la gloria celestial. Significa que nada debe distraernos en el camino, que nada ni nadie debe apartarnos de la senda que nos conduce a Él. Quiere decir que el hombre es verdaderamente tal cuando Dios ocupa en su vida el lugar, prioritario y preeminente, que debe ocupar.
También quiere decir que Él nos habla en el desierto, como en otro tiempo le hablara al corazón de Israel, según la magnífica y sugestiva imagen de Oseas: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” (Os 2,16). Israel, como esposa adúltera, ha pecado apartándose de Dios. Es el gran drama de la humanidad entera. Es nuestro drama. La Escritura no nos ofrece simplemente relatos del pasado, historias pretéritas, separadas de nosotros en el espacio y en el tiempo. Lo sucedido en aquellas épocas es nuestra historia, es también nuestro presente. Y, como en el caso de Israel, Dios se dirige a nosotros, nos encuentra en el desierto para enamorarnos de la Vida Eterna, para ofrecernos el gozo más pleno que jamás podríamos soñar y que nunca podríamos esperar si Dios no lo hubiera prometido.
Es muy importante la afirmación de San Lucas acerca del fin del enfrentamiento y el despliegue de un horizonte futuro, donde los ataques continuarán. Alude a un “tiempo” en el sentido fuerte de la palabra, no como mera cronología. Es un tiempo calificado, un momento clave, un punto crucial. Y ese tiempo es, sobre todo, la Pasión, donde el Demonio no aparece explícitamente, pero actúa mediante sus ministros, ocupando el corazón de Judas y seduciendo definitivamente a los fariseos y miembros del Sanedrín para que condenen a Cristo. Pero el Demonio aparecerá muchas veces a lo largo de la vida de Cristo, expresamente en los exorcismos e implícitamente en su influjo para que Israel y la humanidad rechace al Salvador.
Pero la aclaración de San Lucas no está referida de manera exclusiva a la vida de Cristo, sino también a la nuestra. Y es una advertencia acerca de la constancia del Tentador en repetir sus agresiones contra los hijos de Dios. El libro del Apocalipsis nos ofrece también una pauta fundamental al respecto. Al referirse a la fallida persecución del Demonio contra la Mujer, el último libro de la Sagrada Escritura dice:
“Entonces, despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.” (Ap 12,17)
La vida cristiana implica necesariamente este enfrentamiento, a causa del Amor divino y fortalecidos y guiados bajo su protección, como verdaderos hijos amados por Él. Muchas páginas de la Sagrada Escritura nos hablan de este aspecto esencial en la vida cristiana durante su curso histórico. Desde las antiguas batallas de Israel hasta el fin de los tiempos. Y no es casual que el Demonio intente diluir esta convicción de fe cristiana para que abandonemos el combate, desdibujarlo para que no lo veamos, entretenernos en las cosas pasajeras y las vanidades para impedir la contemplación de lo único que verdaderamente vale la pena contemplar.
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